La primera vez que vi La grande bellezza (Paolo Sorrentino, 2013) fue en el cine, poco después de mi Erasmus en Roma. Mientras Jep Gambardella se rodeaba de efigies y frecuentaba azoteas de fiestas decadentes, yo buscaba en la película pistas, resquicios de la Roma que había vivido. Pero en ella había pocas evidencias de la geografía cotidiana de la ciudad: entre ellas el lungotevere, el paseo contiguo al río Tíber. Aquella presencia me hacía evocar los paseos desaforados en los que recorría el río desde la estatua del poeta Gioachino Belli hasta el Vaticano, durante jornadas de invierno en las que anochecía muy pronto.
El causante de que haya regresado a la película de Sorrentino ha sido un disco que descubrí por casualidad en la radio hace cosa de un mes y medio. El álbum en cuestión, Viaje a Roma - debut del grupo vasco Galerna- narra el viaje en coche de dos amigos desde Bilbao a la capital italiana. Sus doce canciones, estructuradas como doce episodios, actuaron en mí como una especie de magdalena de Proust la primera vez que las escuché: cuando mencionaban San Lorenzo pensaba en las fiestas a las que me llevaba mi amigo Francesco, cuando hablaban de unas chicas españolas yo elucubraba sobre si estarían de Erasmus, cuando se referían a Bilbao yo recordaba a mis amigas y compañeras de piso vascas.
Al igual que en La grande bellezza - a la que el álbum cita reiteradamente- buscaba señales con las que identificarme. No solo en situaciones concretas que yo había vivido, sino en esa sinrazón declarada desde el primer tema de Viaje a Roma, que lleva al protagonista a buscar la “gran belleza”, en la que contradictoriamente el Gambardella de Sorrentino está desorientado. Es esa huida hacia adelante y esa ansiedad que vertebran el disco de Galerna, lo que más me resuenan del álbum.
Durante mi estancia en Roma viví situaciones maravillosas: conocí muy buenos amigos y amigas, aprendí italiano, fui a millones de fiestas, tuve insólitas clases de cine y psicoanálisis con la cuñada de Bertolucci, visité iglesias en las que me asombraba porque encontraba sin esperarlo una pintura de Caravaggio... Pero también me invadía una desazón, una fuerza motora que me impedía desacelerar y me hacía recorrer durante kilómetros y kilómetros la ciudad eterna a pie.
Si bien, como canta Galerna, “lo difícil es ser feliz”, también hay que hallar la manera de serlo en lo que hemos vivido. Es cierto que sentí vergüenza, inseguridad, que patee sin rumbo, que durante mi período en Roma no escribí ni una sola línea. Pero al revisar mis notas de 2013 encontré unos versos que esbocé al volver a Madrid- ni muy optimistas ni muy buenos- y una vez más sentí cariño por una ciudad que a la que cada vez que vuelvo me siento como en casa:
Me enfrento con crueldad a mis poemas.
Recuerdo que la ciudad languidecía a las 8
y ni siquiera César habría podido salvarla.
Alea iacta est se forja en las pestañas un sábado,
como encarnando el espíritu de la primavera.
Los demonios se esconden hasta en la verdad de las piedras.
Una nota a pie de página:
Cuando escucho Viaje a Roma me acuerdo mucho de Los exiliados románticos (2015), de Jonás Trueba. Al inicio de la película el personaje interpretado por Vito Sanz intenta pronunciar sin éxito la palabra rêve (sueño en francés). La pronunciación se le escapa, es imperfecta en sus labios. La escena se produce justo antes de un periplo en furgoneta de tres amigos desde Madrid a Annecy, augurando que lo que esperamos del viaje no es siempre el sueño que hemos forjado.
Que post más fresco y cargado de recuerdos y añoranzas. Que bonito es poner palabras a aquello que nos genera una canción, un olor, un sentimiento. 🧡
Este recuerdo me ha recordado mucho a este libro de paseos desesperados por el lungotevere: https://erratanaturae.com/product/nuestras-calles/ ¡Por más memorias andarinas!